Los idiomas son entes orgánicos. Están tan vivos como lo puede estar una planta, un animal o cualquiera de nosotros. Así,la comprensión de un idioma, por tanto, puede ser meramente automática o mecánica, en función del conocimiento superficial del mismo, o puede llegar a ser conceptual y profundo, y para ello, los lingüistas se adentran en el atractivo mundo de la formación de las palabras. En el caso del idioma árabe, este es un terreno absolutamente fascinante.
Cuando nos disponemos a buscar una palabra en el diccionario en castellano o en cualquier idioma latino, lo hacemos tomando como referencia el alfabeto. Sin embargo, en el idioma árabe no funciona así: para encontrar palabras como «maktub» (carta, escrito), «kitab» (libro), «kateb» (escritor), «enkataba» (fue escrito), hemos de ir a buscar su raíz: ka-ta-ba (escribir), y colgando de la misma nos salen todas estas acepciones. Otro ejemplo sería el de las palabras «dars» (clase, lección), «mudarres» (profesor), «dirasah» (estudio) o «darrasa» (enseñó), que vienen todas ellas de la raíz da-ra-sa (estudiar).
Así pues, y salvo excepciones muy contadas, en el idioma árabe nos encontramos con que las palabras, sean cuales sean, provienen siempre de una raíz verbal trilátera en forma pasada, que da el significado del concepto, y a partir del cual, se derivan las formas verbales, los sustantivos, adjetivos, adverbios y demás estructuras gramaticales. Por ello, este es el idioma semítico de referencia y su comprensión profunda se alcanza mediante la visualización de los conceptos que se forman a partir de cada verbo trilátero. Dicho verbo de tres letras puede ser considerado como la primera piedra de un castillo lingüístico conceptual, y hay tantos castillos como verbos triláteros existen.
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